Historia de Velez

 

Cuesta imaginar, viendo esa imponente mole de cemento que es hoy el estadio de Vélez Sársfield, que un destino de tanta grandeza aguardaba a aquel incipiente club de amigos de 1910, cuyo patrimonio se reducía a un sello de goma y un papel. Allí cuando el "Club Atlético Argentinos de Vélez Sársfield" daba sus primeros pasos en torno a la estación que había motivado su nombre, el lugar donde sus equipos jugaban era uno de los tantos baldíos de la zona, que en sí no era mucho más que un gran potrero. La cancha cuyos arcos eran puestos y retirados en cada partido por temor a que se los robaran, comprendía la fracción de tierra delimitada por las calles Ensenada, Convención (hoy José Bonifacio), Mariano Acosta y Provincias Unidas (hoy Juan Bautista Alberdi).

Equipo de Vélez (1911)

 

 

 

En 1913 ante las exigencias de contar con un campo de dimensiones más amplias impuestas por la Federación Argentina de Football, Vélez pasa a jugar en un terreno situado en los fondos de la quinta del señor Juan Martín Figallo, entre las calles Areco (hoy José E. Rodó) y Escalada. Un factor determinante para el alquiler de tales terrenos fue el molino que proveía de agua a sus habitantes.
A mediados de 1914, es tratada en asamblea la posibilidad de arrendar tierras mejor ubicadas, para trasladar allí el campo de juego. Se trataba de un terreno sito detrás de la estación Villa Luro, propiedad del Sr. Juan Vaccaro, con quien, tras acaloradas discusiones entre los miembros de la Comisión Directiva, se arregló el contrato de arrendamiento del nuevo field. El mismo, ubicado del lado norte de la estación citada, entre las calles Cortina y Bacacay, alteró un poco la despoblada fisonomía de la zona, dedicada al cultivo de verduras por su extrema cercanía con el arroyo Maldonado. Justamente, era en las tierras de Vaccaro donde el recorrido de la calle Saráchaga quedaba interrumpido para dar paso a una pendiente hacia el arroyo, detrás de uno de los arcos que, "a pulmón", se trasladarían allí los entusiastas directivos. También ellos fueron los encargados de transportar al lugar en cuestión la casilla donde los jugadores se cambiaban para lo que fue necesario desarmarla y llevar las maderas por separado. Una vez reconstruída, el campo de juego quedó listo para su uso. Como se ve, su conformación era bastante precaria, lo cual se debía en gran parte a que, por la corta duración del contrato, no era conveniente levantar allí tribunas.
En los años siguientes, entonces, apenas se introducirían como reformas la colocación de bancos para los espectadores, un kiosco que haría de buffet y la boletería construída por el padre de uno de los más jóvenes y activos propulsores de la actividad del club en aquel entonces: Luis Amalfitani, cuyo hijo era, por supuesto, José, más conocido como "El Tano".
Al iniciar su segunda década de vida, ya en la Asociación Amateurs y en Primera, Vélez se disponía a afrontar la necesidad del cambio de cancha, para pasar a un terreno que pudiera arrendar por más tiempo a fines de construír allí las primeras tribunas. Tras arduas gestiones, muchas de ellas infructuosas, el problema del terreno quedó resuelto definitivamente en 1922, cuando la asamblea general de socios aprobó el convenio por diez años con los hermanos López Bancalari para ocupar la manzana comprendida por las calles Basualdo, Schmidel, Guardia Nacional y Pizarro. La tribuna, construída en base al aporte de los socios, quedó terminada a principios de noviembre del siguiente año. Un clásico techo inglés a dos aguas la cubría en toda su extensión, situándose debajo de las gradas los vestuarios para los jugadores , los dos baños, el vestuario del referí, la confitería, una habitación para el canchero y otra para la secretaría.
Durante la construcción de la gran tribuna, se había llegado a un acuerdo con el propietario de los terrenos de Cortina y Bacacay para concretar el desalojo de estos por parte del club a cambio de la deuda que tenía y el retiro del alambrado exterior que había sido colocado a fin de evitar "colados".
Vélez debió terminar el año jugando como local en otras canchas, ya que el nuevo campo de juego recién fue puesto a punto para su inauguración en 1924. La fiesta inaugural tuvo como eje un partido amistoso entre River Plate, que terminó igualado en dos tantos (Angel Sobrino marcó las dos conquistas velezanas). Entre 1926 y 1927, fueron construídas la tribuna popular del lado este y las gradas que ocuparían las dos cabeceras, agrandándose la gran tribuna hacia los costados y reemplazándose sus palcos por escalones hasta el suelo. Con tribunas en los cuatro costados y una capacidad más acorde a la época, en 1928 el estadio sería escenario del primer partido nocturno en la historia de nuestro fútbol. Más precisamente, el 7 de diciembre de dicho año, cuando, gracias al nuevo sistema de iluminación artificial estrenado esa noche, disputaron un partido a cancha llena, los jugadores del combinado argentino y los integrantes del equipo olímpico que ese año había enfrentado en la gran final de Amsterdam a su par uruguayo (3 a 1 a favor de los olímpicos).
A pesar de la inauguración de las nuevas tribunas (en los años siguientes se sumarían otras sobre las calles Pizarro y Guardia Nacional), las críticas por el estado del campo no dejarían de arreciar en este período ("Caen cuatro gotas y se pone terrible para jugar", diría "Crítica" ).
En 1939, convertido en un fracaso total el proyecto de trasladar el estadio al conocido como "terreno de las monjas "de Ciudadela - cuya pérdida trajo aparejado al club en 1937 un verdadero desastre financiero - , el vencimiento del contrato de Basualdo - que caducaba al año siguiente- era uno de los problemas más acuciantes que debía resolver la Comisión. Todas las gestiones resultaban inútiles, hasta que un día se recibió una nota de la Oficina de Tierras del Ferrocarril Oeste, que invitaba a los directivos a pasar por las oficinas donde les serían ofrecidos los terrenos lindantes a los talleres de Liniers sitos entre las calles Barragán y Gaona. En esa fracción se formaba entonces una gran laguna donde los vecinos iban a cazar patos, tan grande que hasta las propias autoridades de la compañía ferroviaria habían desistido de su rellenamiento . Nada podía hacer pensar que, con le tiempo, allí se erigiría uno de los más bellos estadios de toda América.
 El inminente desalojo de Basualdo con embargo de todos los bienes encontraba en 1940 a Vélez en una de las situaciones más criticas de su historia, con el descenso de categoría ya consumado y las consiguientes renuncias en masa de los socios, amén de la pérdida de la precaria sede de la calle Rivadavia. Fue allí donde comenzó a gestarse una epopeya de la que participaron todos los velezanos liderados por José Amalfitani, quien nuevamente entraría en escena para salvar al club en un momento crucial donde muchos veían el fin de su existencia. El gran desafío era trasladar las instalaciones a los terrenos ferroviarios de Liniers, que habían sido reservados durante la administración anterior. Al parecer, no había tierra ni escombros suficientes para rellenar aquel zanjón, pero esto no podría con el inclaudicable afán de "Don Pepe" por recuperar lo que el ferrocarril ya daba por perdido. En efecto, tales materiales no bastaban (el pantano se los tragaba), pero Amalfitani no tardó en hacerse amigo de un gerente de los talleres del F.C.O., quien comenzó así a facilitar toda clase de material ferroviario en desuso. Al menos, debe haber el equivalente a tres locomotoras enterrado bajo el actual campo de juego.
Muchísimos hombres animados por una profundísima fe en la instituición participaron en los trabajos de rellenamiento y nivelación. Se precisaban 77.000 metros cúbicos de tierra para dejar en condiciones ese terreno. A los precios corrientes en aquel entonces, era imposible para el club afrontar una inversión de esa naturaleza. Sin embargo, dado que en la zona se estaban llevando a cabo diversas obras (asfaltado de calles, finalización de puentes y accesos de la General Paz y entubamiento del Maldonado), los socios de Vélez se encargaron de desviar hacia el pantano de Barragán y Gaona los camiones cargados de tierra que allí salían. Estratégicamente apostados, convencían a los camioneros, quienes descargaban su preciada carga en el zanjón con la íntima creencia de estar contribuyendo a una gesta heroica.
Con el campo de deportes debidamente nivelado y las tribunas instaladas, el 11 de octubre de 1942 a las 10 de la mañana se realizó la bendición de las obras con una misa de campaña sobre el terreno, al que acudieron diversas autoridades de la nación y de nuestro fútbol, aparte de delegaciones de clubes, asociaciones mutuales y de fomento, socios, simpatizantes y vecinos.

Don José Amalfitani, figura cumbre, impulsor de la grandeza del club.

Ya en 1943, antes de iniciar el que sería el último torneo de Vëlez en la "B", había que inaugurar la cancha y para ello se organizó un partido amistoso con River Plate, brillante campeón de 1942 con una delantera sin par en nuestro fútbol: "La máquina" formada por Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau. El cotejo tuvo lugar en la tarde soleada del domingo 11 de abril y arrojó un empate en dos tantos. 25.000 espectadores colmaron las instalaciones, en cuya entrada principal llamaban la atención las dos torres que rememoraban el viejo fortín de la calle Basualdo.
La primer tribuna de cemento fue inaugurada en 1944 , y con ella (que hoy es la popular oeste), conocida en homenaje a su constructor como la tribuna "Giraldez", se cumplía la reglamentación de la A.F.A. para actuar en primera división.
En 1945, el club acuerda con las autoridades de la dirección nacional de transporte y del ferrocarril oeste la forma de pago para adquirir definitivamente los terrenos de Barragán y Gaona, a un precio total de $ 619.400 por una superficie de 30.978,89 metros cuadrados . Pero tales terrenos no stisfacían aún las apetencias de los dirctivos velezanos, quienes en 1946 pidieron otra fracción más, de 11.000 metros cuadrados, para ampliar sus obras. Las autoridades de los ferrocarriles británicos donaron, tras un gran almuerzo en el que fueron condecoradas por su buena predisposición hacia la institución, la fracción triangular sobre la avenida Gaona. La comisión directiva se propuso entonces aprovechar la adquisición del predio para construir un gran estadio, aún mayor que el planificado inicialmente. Fue así como no dejaron pasar la oportunidad de hacer eco de sus inquietudes al Ministro de Hacienda, Dr. Ramón Cereijo, cuya fama de futbolero apasionado -amén de racinguista- quedó plenamente ratificada al llevar a buen puerto las iniciativas de su amigo José Amalfitani. Merced a su intervención, el Banco Hipotecario Nacional cedió un préstamo de un millón y medio de pesos, con el que, aparte de cancelarse las deudas contraídas en la compra de los terrenos y la realización de obras, se inició la construcción del nuevo estadio. De manera nada rimbombante, discretamente, la piedra fundamental fue enterrada el 26 de diciembre de 1947. A la ceremonia asistió el ministro Cereijo, quien colocó la primera palada de hormigón.
La construcción del nuevo gran estadio abarcó el período comprendido entre 1948 y 1950, durante el cual Vélez hizo de local en la cancha de Ferrocarril Oeste. Finalmente, tras las demoras ocasionadas por el creciente avance de la inflación, en 1951 la gran estructura ya estaba lista para ser estrenada. Pese a que las obras no cesaban, el flamante estadio de cemento fue inaugurado en la segunda fecha del torneo de ese año, jugada el 22 de abril. La tarde se constituyó en una verdadera fiesta para los velezanos, cuyo elenco venció a Huracán por 2 a 0 con goles del puntero derecho Raúl Nápoli a los 5 y a los 32 minutos del segundo tiempo.

El arquero Miguel Rugilo y el atacante Juan Ferraro.

En torno a su gran estadio, Vélez desarrolló en los años siguientes un crecimiento insospechado en la parte social, que pasó a convertirse en el principal sustento del club. La década del cincuenta fue, para Vélez Sársfield, la de las grandes realizaciones que le permitieron ser uno de los fuertes polos de atracción de la actividad social de la capital y sus alrededores. La próxima sería, entonces, la indicada para volcar esa grandeza institucional al terreno del fútbol.
El primer indicio de esto fue la proyección de un nuevo sector de plateas que coronaría el aspecto arquitectónico del estadio, además de proporcionar comodidades que resultaban cada más necesarias. En 1964 comienza la construcción de la gran platea norte, con una capacidad de 12.000 espectadores.
Para 1967 , la estructura de hormigón destinada a esta ya estaba virtualmente terminada, faltando aún para su habilitación las obras complementarias.

Daniel Willington (1961-1970), el arte de jugar al fútbol. Un ídolo total.

El 10 de noviembre de 1968, en un acto que marcó un verdadero hito en la vida de la institución de Liniers, la masa societaria, a través de la asamblea de representantes, impuso el nombre de José Amalfitani -quien se hallaba en ejercicio de la presidencia- al estadio por el que tanto había luchado "Don Pepe" desde los tiempos en que aquello era una ciénaga que se tragaba todo. La desaparición de Amalfitani ocurrida al año siguiente, no fue obstáculo para que las obras del gran estadio prosiguieran. El colosal templo del fútbol que se erigía merced a su esfuerzo y a su astucia era ya el símbolo de una entidad que había progresado al compás de semejante obra, cuyo progreso no tenía más límites que los impuestos por la imaginación. A los trabajos de terminación y habilitación de las nuevas plateas, se sumó en aquel 1969 la puesta en marcha de la iluminación del estadio, reeditándose la memorable noche del 7 de diciembre de 1928. Un día antes de que se cumpliera el aniversario número cuarenta y uno de tal evento, las luces de Willington y Pelé animaron el cotejo amistoso disputado a fines de estrenar el nuevo sistema lumínico entre Vélez y el Santos de Brasil, que terminó igualado en dos tantos ante la presencia de un innumerable grupo de altas personalidades.En 1972, Stanley Rouss, presidente de la F.I.F.A., visita el país y, tras recorrer el estadio e interiorizarse de los proyectos en carpeta, lo sindica como uno de los más apropiados para convertirse en sub-sede del Mundial '78. En ese año se produce también la inauguración de las bandejas inferiores de la nueva Platea Norte, que se realizó en forma provisional, quedando para 1973 la terminación de los accesos, sanitarios y dependencias interiores.
A fines de 1974 el club recibe oficialmente la designación de su estadio como Sub-Sede Buenos Aires para el campeonato Mundial. Durante ese año había sido inaugurado el nuevo sector destinado al periodismo, denominado "Constantino del Esla", seudónimo de un prestigioso periodista y asociado del club. Las tareas de remodelación y ampliación del estadio realizadas con vistas al Mundial fueron proyectadas por los arquitectos Antonio Pérez (el mismo que hasta no hace mucho dirigiera los destinos del club) y Ricardo Staricco y el ingeniero Rodolfo Bramante. A través de tales obras, uno de los objetivos a lograr fue el desarrollo de una infraestructura técnica-deportiva para las futuras actividades del club, a parte de un aumento de la capacidad y la adaptación del estadio a las actividades propias del Mundial. De una superficie general de 12 hectáreas, 6 quedaron afectadas al ente autárquico Mundial '78, que tras la disputa del campeonato se ocupó de retirar los pertrechos que no hacían a la normal actividad de la institución. El hecho de no contar con su cancha durante un lapso que se prolongó más de lo debido (todo 1977 y la mitad de 1978) le significó al club deterioros pasajeros en lo deportivo y lo financiero, al dejar paralizada su vida institucional. Pero Vélez fue resarcido con la construcción de la Platea Alta Sur y las cuatro torres de iluminación erigidas en los vértices del estadio, amén de la remodelación de todas sus instalaciones.
 Hoy, Vélez cuenta con un estadio que se constituye en un orgullo para todos los argentinos. Mirado con admiración por todo el mundo, excelente su ubicación geográfica lo convierte en uno de los más solicitados para eventos internacionales de todo tipo. Sus accesos confieren una total seguridad al aficionado y lo tornan el escenario preferido para partidos en cancha neutral o para que actúen como locales equipos que carezcan de estadio.
Sin embargo, para sus hinchas, fue, es y seguirá siendo El Fortín.

Aquel 1º de enero del 1910, la locomotora a vapor se detuvo ante la algarabía de un grupo de jóvenes que, sin saberlo, acababan de fundar uno de los clubes más importantes de la Argentina. En el túnel de la estación Vélez Sarsfield (actualmente Floresta) del Ferrocarril Oeste (luego Domingo Faustino Sarmiento y hoy Trenes Metropolitanos), con sidra y pan dulce, los entusiastas futboleros redactaron el primer acta y comenzaron a buscar lo imprescindible: la cancha y las camisetas. Los colores fueron mutando. Rojo, verde y blanco en aquellos comienzos de lucha sin cuartel contra la pobreza. Luego llegó el tiempo más próspero —no mucho—, indicativo de que el progreso siempre estuvo presente. Entoncesapareció la V azulada. El nombre nació en honor a Dalmacio Vélez Sarsfield, autor del Código Civil. Más antiguo que la mayoría de los equipos que décadas después serían considerados los cinco grandes, Vélez se preocupó siempre por integrar esa elite. Una vieja casa en la avenida Rivadavia al 8300, a tres cuadras de la estación, fue la primera sede administrativa y social. La ubicación de la cancha se resolvió con la cesión de unos terrenos en la calle Basualdo al 200, en pleno Villa Luro y cerca de Liniers, en esa frontera difusa entre dos barrios populares que se adjudican la pertenencia del club. En esa fragua se forjaron futbolistas de estirpe. Las chapas perimetrales se abrían para la curiosidad de una barriada que hacía agujeros en el zinc cuando no conseguía los cincuenta centavos que costaba la entrada. Peso sobre peso, ladrillo sobre ladrillo, pronto hubo mudanza. El adiós al préstamo de la calle Basualdo se confundió con la bienvenida al predio de Barragán y Gaona, lindero con el arroyo Maldonado, que corre entubado debajo de la avenida Juan B. Justo. El ilustre José Amalfitani y un puñado de esforzados dirigentes asistieron a la inauguración del estadio que el ingenio popular bautizó como El Fortín de Villa Luro. Dos torres de 15 m etros de alto, ubicadas como mangrullos de cemento en la tribuna cabecera, de espaldas a la avenida General Paz, se convirtieron en un emblema. Los visionarios no habían pensado sólo en el fútbol. Por eso, lo que después se llamaría estadio José Amalfitani (en homenaje al impulsor de la obra) se fue rodeando de gimnasios, de una pileta de natación olímpica, de una enorme pista para el patinaje. Pero la pelota marcaba los tiempos. Desde la figura de Victorio Spinetto, un mediocampista de raza, hasta las tenazas con forma de manos del arquero Miguel Rugilo, se fueron tendiendo los puentes para que Vélez comenzara a codearse con los más poderosos de la AFA. En 1953, le peleó el título a River. Y fue undignísimo subcampeón, en épocas en que los 'chicos' no podían sembrar una frustración entre los poderosos. Nadie se dio por vencido. A la espera de los títulos, cada día que pasaba el club inscribía un socio más. Con el desarrollo del oeste del Gran Buenos Aires, Vélez recibió un aporte sustancial de gente. que quería practicar deportes. Así, el polideportivo sobre la avenida Juan B. Justo —una lonja de tierra cedida por Ferrocarriles Argentinos— se convirtió en un pulmón de la entidad. Hoy, el fútbol comparte allí el cartel francés con una treintena de otras disciplinas. En 1968 llegó el primer campeonato. San Lorenzo había ganado el Metropolitano y Vélez, aquel del Carlos Bianchi goleador, de José Miguel Marín, que convertía el arco en una muralla, dio la vuelta olímpica en el Nacional. Como una revancha de 1953, River fue segundo. Y aun hoy culpa de ello al árbitro Guillermo Nimo, quien ignoró un penal por mano del defensor velezano Luis Gallo.

Si algo faltaba para certificar el crecimiento de Vélez, con el Mundial de 1978 llegó el salto definitivo. La sede alternativa de Buenos Aires fue el Amalfitani. Que dejó de ser el Fortín para convertirse en Mundialista. El enorme prestigio internacional compensó la pérdida de dinero que sufrió Ricardo Petracca, por entonces su presidente, quien creyó vanamente en las promesas de los organizadores. Pero quedó la obra, y después llegaron los campeonatos marcando un hito hasta en Japón frente al poderoso Milan.

Así, la década transcurre entre las mieles de los grandes triunfos. Tal como lo soñaron aquellos jóvenes, hace casi un siglo.

Después Velez siguió ganando un par de Campeonatos más y en Agosto del 2000 participara en la Copa Libertadores.